LEYENDA DEL CHARRO NEGRO DE XALATLACO
Con la llegada del cristianismo al Anáhuac, la dualidad también se reinvento con la figura de Dios y Satanás, y en esta unión cultural surgieron mitos y leyendas sobre la tentación constante que es capaz de hacer perecer el alma.
El nacimiento de esta leyenda se ubica generalmente en el centro y sur de México, y Xalatlaco no podía ser la excepción.
Existe semejanza entre los elementos que conforman la leyenda y dependiendo del área geográfica solo cambian nombres de los personajes y de los lugares. Así mismo podemos observar como la serpiente con la llegada del Cristianismo por todos los medios se trata de representar con el mal (el diablo, satanas, lucifer etc).
LEYENDA DEL CHARRO NEGRO DE XALATLACO
Se dice que un hombre vestido de charro negro solía cabalgar en su caballo negro azabache por los caminos de los Barrios de Xalatlaco. Según la leyenda, este se les acercaba y comenzaba a buscar una plática, dicen que era muy amable y solamente hacia compañía, sin embargo, solo se les acerca en las noches más oscuras a los malos, despiadado y ambiciosos.
Antes de la revolución en Xalatlaco dominaba el cacique Dolores Reynoso rico hacendado dueño de bosques, tierras de labor, magueyeras, grandes cantidades de cabezas de ganado de todo tipo borregas, toros, puercos, guajolotes, amigo de Don Porfirio Díaz y al parecer hasta dueño del Tren que pasaba por los montes de Xalatlaco, en esos tiempos las condiciones de los jornaleros y trabajadores eran inhumanas trabajaban a deshoras y en condición de esclavos.
Entre ellos había un hombre llamado Arnulfo Ordoñez, capataz de la hacienda de don Dolores Reynoso, un hombre ambicioso que no dejaba de quejarse de su suerte.
Un día, al terminar su jornada laboral, se dirigió a la cantina más cercana y comenzó a beber en compañía de sus amigos. Ya entrado en copas comento:
“La vida es muy injusta con nosotros. Daría lo que fuera por ser rico y poderoso.“
En ese momento, se percibió un olor a azufre y un charro alto y vestido de negro entró a la cantina y le dijo:
“Si quieres, tu deseo puede ser realidad.“
Al escucharlo, los demás presentes se persignaron y algunos se retiraron todos espantados. El extraño ser le informó que debía ir esa misma noche a la cueva del Tetichilli, cueva mítica que nuestros ancestros decían era la entrada a la casa de Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl (el señor y la señora de la muerte) y ahora los católicos dicen que es LA ENTRADA AL INFIERNO y donde actualmente está una casa en donde nadie quiere vivir en ella porque escuchan lamentos y voces terroríficas.
Arnulfo asintió, más envalentonado por el alcohol que por el dinero. A la hora convenida ya estaba parado frente a la cueva, pero no vio nada extraordinario. Ya iba a retirarse cuando descubrió un agujero en el cual había una víbora que lo observaba fijamente. Arnulfo se impresionó al ver el tamaño descomunal de ese animal, por lo cual decidió llevárselo a su casa para poder quitarle su hermosa piel. En su casa depositó a la víbora en una vieja olla y la tapó con un adobe.
Su esposa en vano intentó saber el motivo de su tardanza, porque el hombre todavía estaba ahogado de borracho. Cuando se durmió, Arnulfo comenzó a soñar con la víbora, quien al parecer le decía:
“Gracias por darme tu hogar y aceptar que entre en las almas de ustedes. Al despertar encontraras en tu granero el pago por tu alma. Si decides aceptarlo, tendrás que darme a tu hijo varón“.
Arnulfo tenía dos hijos: una niña de ocho años y un niño de escaso año de edad. A la mañana siguiente, el hombre aún atontado por los efectos del alcohol se dirigió al granero, donde encontró entre el maíz desgranado unas bolsas repletas de monedas de oro. No salía de su asombro cuando el llanto de su mujer lo sacó de su concentración: su hijo menor había desaparecido, mientras que la niña señalaba hacia donde estaba la olla con la víbora dentro. Al entrar Arnulfo al jacalón donde se encontraba la olla, encontró a su pequeño despedazado, pero no había ni rastros de la víbora.
El dinero le sirvió de consuelo. Llego la revolución y aprovechando esta época de sufrimiento y necesidades, así como actualmente lo hacen los prestamistas, se fue haciendo de grandes extensiones de terrenos y solares. El tiempo pasó y don Dolores Reynoso salió huyendo del pueblo, y nuevamente en sus sueños Arnulfo vio a la serpiente y esta le hizo un segundo trato: “Ampliar su fortuna y ser el nuevo cacique de Xalatlaco a cambio de más hijos y cuando mueras quedaras como guardián de mi tesoro, solo que en la forma que mueras estarás como cuidador hasta que otra persona igual o peor que tu acepte mi trato“.
Arnulfo Ordoñez actuaba ya en una forma despiadada: Se hizo de muchas amantes, todas oriundas de pueblos vecinos y hasta de Cuernavaca. Tras dar a luz estas mujeres, y si la criatura era un varón, el hombre se aparecía exigiendo al niño para su crianza.
Al cabo de unos años su fortuna creció considerablemente, pero llegó el día en que murió y su muerte fue muy violenta, se cuenta que en la fiesta de San Agustín ya muy entrado en copas y ya sin dinero dijo que iría a ver a su amigo el charrito para que le prestara unas monedas y la fiesta continuara:
– No me tardo nomas voy aquí en la subidita rumbo al Coahuatl, ¿quién me quiere acompañar? Si alguien quiere ir conmigo hasta unas monedas de plata le pueden tocar.
Por supuesto que nadie quiso; y salió el solo rumbo al Tetichili, en esos momentos se vino una tormenta pero tormenta, la naturaleza se embraveció, todos estaban atemorizados.
Al llegar a la cueva el charro negro ya estaba esperando a Arnulfo y le dijo:
– Arnulfo este año no me has cumplido con el pacto y además te has vuelto demasiado soberbio, ya no me invocas y piensas que todo lo que tienes es gracias a tu crueldad y he escuchado que hasta te burlas de mí.
– Por lo tanto doy por terminado el trato contigo.
Arnulfo muy altanero le contesto:
– Haz lo que quieras y por mientras voy a tomar tu caballo para regresarme e ir a San Bartolo, a mi casa, por más dinero.
Dicho y hecho tomo el caballo pero este empezó a reparar y lo tiro y su espuela quedo atorada en la silla, por lo que le dio una arrastrada en donde al otro día que lo recogieron en los parajes de Tlilac se le veían hasta sus huesos y lo peor de todo es que no se murió, tardo como un mes aullando de dolor y murió todo lleno de pus y bien apestoso, ya nadie ni por dinero quiso hacerle su limpieza.
Se dice que en el velorio la gente que se encontraba presente rezaba, cuando entró por la puerta principal un charro vestido de negro que exclamó:
“¡Arnulfo!, ¡estoy aquí por el último pago!“
Dicho esto desapareció, dejando un olor a azufre. La gente corrió despavorida y al poco rato intrigada abrió el ataúd de Arnulfo y no encontró más que polvo y una pata de cabra. Se cree que desde entonces el Charro negro anda buscando quién cambie su alma y la de los suyos a cambio de unas monedas de oro y si solo se quiere divertir les da la famosa revolcada principalmente a los borrachitos. Y Arnulfo sigue de vigilante en la cueva del Tetichili sufriendo y aullando de dolor y solo está a la espera de alguna persona de lo peor que lo vaya a relevar y el por fin pueda descansar en paz